martes, 26 de marzo de 2013

El político honesto


Por Carlos Márquez

Este oxímoron. Este chiste. Se me ocurrió viendo una entrevista a Lech Walesa. Allí cuenta cómo perdió en las elecciones que lo hubieran convertido en presidente de Polonia para un segundo período. Luego muchos años de lucha contra el estado totalitario a cuestas había logrado convertirse en presidente, pero en la campaña para el segundo período, desobedeciendo a sus asesores dijo lo que en verdad iba a hacer y cómo era su programa real de gobierno.

La honestidad no consiste en decir toda la verdad, ni siquiera en decir la verdad todo el tiempo. Es la virtud con la que se acepta que existe un problema con la verdad. Este problema es, como dice Lacan, que es materialmente imposible decirla toda. El político honesto introduce el problema de la verdad en la política. Pero para que esta rareza del discurso se dé, es necesario que la verdad haya pasado por la pasión que le impone la política.

Al principio está el político republicano. Este personaje es un pícaro. Deniega que haya un problema con la verdad diciendo “medias verdades”. La denegación consiste aquí en hacer creer y creer él mismo que la parte que se dice más la parte que se oculta daría como resultado una verdad total. Esto es lo que naturalmente le pedían a Walesa sus asesores. En este sofisticado lenguaje no se dice que se van a poner en práctica políticas de hambre para equilibrar cuentas que imposible equilibrar, sino que se piden sacrificios momentáneos para lograr metas más elevadas a mediano plazo. Cuando los tiempos son buenos, se extienden las políticas de “bienestar” como si este sistema de cosas tuviera mañana. Se negocia con los otros partidos que tienen diferentes colores, pero el mismo programa de base. Se hace campaña electoral con criterios de mercado. El político republicano, ese pilluelo, deniega el problema de la verdad para ganar tiempo. ¿Ganar tiempo para qué? Los problemas se acumulan. Nos divertimos con sus picardías hasta que nos hastiamos de él, de sus usos de los rituales republicanos, nos “desengañamos”. A veces aquí se corta milagrosamente el ciclo y retornan las esperanzas en la política. Pero si no.

Aparece entonces la solución a esta denegación del problema con la verdad. El pueblo se busca al político que le dice toda-la-verdad, así nos desembarazamos del problema de la verdad. Se instaura un nuevo régimen de goce colectivo. Se mira, se admira a este gran hombre o esta gran mujer, diciendo toda la verdad sin que quede ningún resquicio. Lo elegimos por los medios republicanos, aunque sabemos que es demasiado grande para estas formalidades. Esta abolición del problema de la verdad pasa por la revelación de que la república era una farsa. De que la verdad es equivalente al poder y el poder es equivalente a la fuerza. El nuevo amo ocupa todo el espectro de la política, la cual queda reducida a su coto personal. Todo el que se le opone realmente lo ama en el fondo porque no hay nada que oponer a la verdad toda. Si la abolición del problema de la verdad es la solución a la denegación del problema con la verdad ¿Cuál puede ser la solución a este estadio superior, a este final de la confrontación de partidos, a este final de la historia?

Dado que la abolición de la verdad conlleva a la abolición de la política, es una solución final para el problema de la política, que es el problema de la verdad. Al no haber solución para la solución, lo que hay es profundización de la solución. Una maquinaria delirante como esta corre desatada hacia la ruina. Es una economía de guerra donde la corrupción molesta del político republicano, avergonzada, picaresca, se convierte en una corrupción generalizada, descarada, que invade todo.

En un mundo sin verdad no hace falta la vergüenza. ¿Qué puede detener esta máquina de abolición de la verdad? Libertad, el personaje de Quino en Mafalda, dice que si una pulga no puede detener la locomotora, al menos puede picar al maquinista. Esto es lo que hace el político honesto, parido por el totalitarismo. Él puede picar al maquinista. Es ese granito de arena que molesta los engranes de la maquinaria. No diciendo la verdad, sino planteando el problema de que la verdad como problema ha sido olvidada. Esto tiene una expresión práctica en decir las cosas con sentido común. A estas alturas cualquier cosa de sentido común tiene un efecto de “el rey está desnudo”.

Si sobrevive, si no es encarcelado hasta la muerte, si consigue ir a unas elecciones, si consigue ganar en esas elecciones con un programa de sentido común frente al gozoso delirio colectivo, el político honesto puede marcar un “basta” para la abolición del problema de la verdad. La vuelta a cierta vergüenza republicana.

Luego de esto al parecer el discurso prescribe que haya la distinción en acto entre honestidad y política. El político honesto o deja de ser honesto, o deja de ser político. Si opta por la política, pues sigue siendo político. Si opta por la honestidad, se convierte en asesor, en sapiente, en articulista, en presidente de una fundación, en premio nobel de la paz.

Esta última al parecer, según su testimonio, fue la opción de Lech Walesa.