martes, 15 de marzo de 2011

Democracia y Psicoanálisis

Por Leonardo Pizani

No conozco este país:
Debo comenzar por confesar que últimamente (hablo de varios años) tengo la clara sensación de que no conozco mi país y creo que no lo conozco quizás por haber cometido una falta imperdonable, que es el no haber leído suficiente sobre nuestra historia reciente y darla por conocida por haberla escuchado contada por personas que me hablaban de acontecimientos vividos por ellos, pero que me sonaban como sucesos acaecidos hace muchísimos años y también hace mucho superados, de la manera como se perciben superados acontecimientos sucedidos hace tanto tiempo que uno tiene la sensación de que han sido total y absolutamente “dejados atrás” económica, social, política y culturalmente. Por ejemplo, la guerra de la independencia y la guerra federal. No sé a ustedes, pero a mi me resuenan como algo muy lejano que poco tiene que ver con la política actual, más allá de constituir un antecedente histórico inevitable.

Es lo que me ha sucedido con Cipriano Castro y con Juan Vicente Gómez y un poco menos con Lopez Contreras; Medina; Betancourt-Gallegos; Delgado Chalbaud y el propio período de gobierno de Pérez Jimenez hasta su caída.

Digamos que para mi la historia contemporánea de Venezuela comenzaba el 23 de enero de 1958 con la caída de Marcos Pérez Jimenez y que lo sucedido entre la muerte de Gómez y la caída de Pérez Jimenez son antecedentes inevitables pero relativamente poco importantes frente a la dinámica y la fuerza de los acontecimientos nacionales e internacionales que tuvieron lugar a partir de 1960, y esa sensación me ha durado hasta hace relativamente poco tiempo, cuando algunas lecturas me han golpeado muy fuertemente dejándome anonadado frente a una Venezuela que me veo obligado a reconocer que no conozco, a pesar de haber vivido y convivido en y con ella.

Pero quizás no es solamente por haber leído poco la historia contemporánea, quizás también tiene que ver con nuevos puntos de vista propios y ajenos. Quizás también son estos textos, leídos algunos de ellos los últimos días, los que me han enfrentado a una realidad que he tenido ante mi todo el tiempo pero que no he sabido ver.

En ese sentido, seguramente lo que voy a decir y a comentar esta noche para muchos de ustedes va a resultar muy obvio, pero no sería honesto de mi parte no hacerlo cuando para mi estos se convirtieron en verdaderos descubrimientos y se han constituido en elementos fundamentales para pensar la democracia en Venezuela. Ojala y para algunos de ustedes estos comentarios y reflexiones resulten de alguna utilidad.

De qué país hablamos:
Algo que con estas lecturas se me ha hecho brutalmente evidente, es que todas estas historias a la que se refieren, tienen en común un país rural y el proceso de su violenta transformación en un país urbano. En “Sumario”, Federico Vegas llega a clasificar el asesinato de Delgado Chalbaud en noviembre de 1950, como “el primer asesinato político suburbano de Venezuela”, porque el mismo es cometido por una banda de asesinos a sueldo contratados en Falcón y en un barrio de Caracas, que actúa entre el Country Club – Chapellín y Las Mercedes, cuando en esta última urbanización comenzaban a construirse las primeras casas y Bello Monte (el sitio donde ahora estamos) no existía y todo esto era “monte y culebra”.

Pero eso de asumir como hilo conductor de algunos acontecimientos fundamentales de nuestra historia contemporánea lo que a falta de una mejor denominación, hemos llamado “la ruralidad”, no es sólo una referencia al acelerado proceso de urbanización que vivió el país. Lo que se me ha hecho evidente es que entre Gómez y el actual gobierno más que la ruralidad como fenómeno económico, lo que hace de hilo conductor es la ruralidad constitutiva del sujeto que ha hecho parte muy importante de nuestra historia política contemporánea y, en consecuencia, de nuestra democracia actual. Es la ruralidad que está presente en muchos de nuestros conciudadanos y, sin duda, en los protagonistas del golpe del 45, contra Medina; la que conduce el golpe de estado contra Gallegos; o la que dirige el secuestro y posterior asesinato de Carlos Delgado Chalbaud, derroca a Carlos Andres Pérez en su segundo gobierno y coloca a Hugo Chávez en el poder en 1998. Es esa ruralidad que tienen en común los acontecimientos arriba mencionados, que se suceden y periódicamente frenan el proceso de construcción de la democracia y su institucionalidad en Venezuela.

Democracia y psicoanálisis:
Estamos hablando de un país en el que conviven al menos dos venezuelas y dos sujetos representativos de ellas que siguen librando una dura batalla entre el atraso y la modernidad, batalla que uno ha supuesto tan superada como a la propia de Doña Barbara , pero que, sin embargo, es la que derroca a Carlos Andres Pérez en 1993 y favorece la llegada al poder del actual régimen, según da cuenta Mirtha Rivero en “La Rebelión de los náufragos”.

Unas batallas donde se insertan y se mezclan como protagonistas hechos, lugares y nombres que uno suponía parte del pasado como la invasión del Falke, la Rotunda; Román y Carlos Delgado Chalbau, Rafael Simón Urbina y su primo Simón, con Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Luis Alfaro Ucero, Douglas Bravo, Teodoro Petkoff, José Vicente Rangel, Luis Miquelena, Escobar Salom y Hugo Chávez. Unas batallas en las cuales, en infinidad de oportunidades, han prevalecido las rencillas personales y las cuentas por cobrar por sobre las discusiones ideológicas o doctrinarias, colocando lo que entiendo podría considerarse el síntoma de cada quien, (y perdonen mi audacia al hablar de una materia que desconozco casi totalmente) por encima del interés nacional. ¿Es también el síntoma de una sociedad? ¿Es lo que el común de la gente intuye como “agendas personales” que predominan sobre el orden institucional y simbólico?

Así como aparentemente el factor desencadenante del golpe de estado de 1945 contra Medina Angarita -seis meses antes del término de su período constitucional- fue la pérdida de la razón de Escalante, todo parece indicar que la participación de Rafael Simón Urbina en el único magnicidio que ha tenido lugar en nuestro país, fue determinada por el reclamo que Urbina venía haciendo con relación a unas tierras que le habían sido confiscadas durante el gobierno adeco del 45 al 48.

De la misma forma, todo parece indicar que el golpe de estado contra Carlos Andres Pérez -como el de Medina, también seis meses antes de terminar su segundo gobierno- tiene mucho más que ver con los cayos que Pérez había pisado durante sus setenta años de vida, que con alguna discusión ideológica o doctrinaria alrededor de la descentralización, la lucha contra la corrupción o contra el neoliberalismo que sirvieron de excusa. Son los Caldera, Escobar Salom, Lusinchi, Lepage, Rangel, la izquierda en general y el correspondiente correlato empresarial y comunicacional pasando factura simultáneamente los que lo derriban.

Son batallas que ponen de manifiesto al menos dos procesos que en general en nuestro país parecen marchar paralelos pero que, cuando se tocan producen cortocircuitos históricos que han frenado y desnaturalizado severamente la construcción institucional. Batallas donde corren paralelos el mantenimiento de viejos códigos propios de relaciones cuasi feudales con procesos de construcción de un orden simbólico e institucional propio del siglo XXI.

En realidad estos procesos, vistos como luchas generacionales, son habituales en todos partes, lo asombroso, al menos para mi, es haber descubierto que en la Venezuela contemporanea su vigencia supera el mero enfrentamiento generacional al convertirse realmente en una lucha por el poder entre dos venezuelas distintas y contradictorias, que han logrado sobrevivir y convivir en medio de un enfrentamiento soterrado que sólo aparece abiertamente en muy precisas oportunidades. Por supuesto que tengo la convicción de que a la larga la Venezuela moderna se impondrá, lo que no me atrevo a vaticinar es cuando. Posiblemente es este largo y doloroso proceso durante el cual los viejos códigos han ganado importantes batallas, el que da lugar a esa “provisionalidad” de nuestras instituciones y a ese Estado del Disimulo al que se refiere Cabrujas.

En este momento no puedo dejar de recordar y de asociar a esta discusión aquella que sostuvimos en este mismo lugar en enero del 2007 con relación a la ética de la política. En aquella oportunidad, en la que también me correspondió intervenir, yo decía: “Siendo que la ética alude al comportamiento de los individuos y la moral a los grupos sociales, el único mecanismo con el que cuenta el Estado para resolver los constantes conflictos éticos y morales que se presentan en una sociedad, es la Ley. En consecuencia, el primer deber ético de todo político, lo único que puede ser un punto de partida para cualquier político que pretenda preservar el Estado de Derecho, es su compromiso ético con el cumplimiento de la Ley” y creo que me confirmo en esos criterios.

Según lo antes dicho, no sería correcto, entonces, hablar de “Ética de la política”. La ética se ubica en el plano de la singularidad del sujeto y cuando problemas de este plano generan conflictos sociales, son las leyes y las instituciones, los que deben y pueden actuar. El que en Venezuela las leyes y las instituciones hayan actuado como lo han hecho al menos en los casos enumerados, debe hacernos reflexionar no solamente sobre lo que comúnmente denominamos “la debilidad de nuestras instituciones”, también con relación a la consistencia del orden simbólico existente del cual el psicoanalisis podría dar cuenta.

Vistos los procesos en referencia bajo la lupa de estos nuevos y viejos textos, tal parece que las causas de los acontecimientos políticos comentados están más cerca de ser comprendidas en el diván del psicoanalista que vistas como consecuencia de luchas doctrinarias o ideológicas, sin querer por ello -desde luego- disminuir la importancia que en esos procesos han jugado los intereses económicos, políticos y culturales nacionales e internacionales. De lo que si se trata, es de colocar de relieve una subjetividad que continuamente se niega o o se disimula, para decirlo en palabras de Cabrujas.

Hanna Arendt señala en unos de sus libros que los dos más importantes acontecimientos políticos del Siglo XX fueron la aparición de los totalitarismos y las armas nucleares. Personalmente creo que el momento de su muerte le impidió apreciar adecuadamente los efectos políticos que el desarrollo de las telecomunicaciones y la revolución tecnológica han tenido en la política pero, más allá de esta anotación al margen, lo que creo fundamental señalar es como el control de la sociedad se ha convertido (en unas más que en otras) en un objetivo para las democracias occidentales, siendo éste un objetivo propio de los totalitarismos, tan parecidos a nuestros caudillos y tiranozuelos.

Para terminar, una provocación:
Mientras Jorge Alemán está planteando discusiones con relación al sujeto de cambio de la historia post proletariado, uno viene a descubrir que nosotros en todo caso pasaremos del sujeto cuasi feudal al sujeto fragmentado, sin pasar ni darnos cuenta de todo el periplo que ese recorrido ha implicado para otras sociedades.

Referencias
  • Memorias de un venezolano de la decadencia - Jose Rafael Pocaterra
  • El Falke - Federico Vegas
  • Sumario - Federico Vegas
  • El pasajero de Truman - Francisco Suniaga
  • La herencia de la tribu - Ana Teresa Torres
  • El Chavismo como problema - Teodoro Petkoff
  • La rebelión de los náufragos - Mirtha Riveros
  • El país según Cabrujas

Población de Venezuela:
En 1950 - 5.000.000 de habitantes.
En 2010: 29.000.000 de habitantes.
Población de Caracas:
En 1950 - 624.000 habitantes.
En 2010 – 4.000.000 de habitantes.