Cinema Lacaniano
El viernes 4 de febrero de 2011, la Biblioteca “William Hobaica” de Psicoanálisis y Ciencias Humanas, en su espacio Cinema Lacaniano, presentó la película La Ola, de Die Welle. Carlos Márquez fue el responsable de comentar la película. A continuación, presentamos las reflexiones transmitidas por él.
Displicentes o fundamentalistas
Por Carlos Márquez
La película está estructurada según el esquema de los cinco días que dura el experimento. Yo no he leído la novela ni visto la obra de teatro, realmente esta película me sorprendió cuando el centro de estudiantes de la Escuela de Estudios Internacionales la proyectó en la Universidad a finales del año pasado. Según lo que se puede leer en Wikipedia sobre los detalles del experimento que realizó el Prof. Jones en una escuela de California en 1967, la película es bastante fiel. "Fuerza mediante la disciplina, fuerza mediante la comunidad, fuerza a través de la acción, fuerza a través del orgullo" fueron las consignas que se pusieron a prueba progresivamente.
De este experimento de psicología social habría que decir que es muy poco probable que pueda repetirse en un contexto diferente al de los Estados Unidos en las décadas de los 50 y 60. Sin embargo está documentado que hay gente que ha tratado de hacerlo, aunque no aparezcan los resultados tan claros como en el que realizó el Prof. Jones.
El final en la película sin embargo es más dramático que la historia, y es consonante con el continuo aumento de la tensión que culmina con las cachetadas entre Karo y Marko, la estupidez fascista del otrora anarquista Prof. Wenger y finalmente con el pasaje al acto de Tim.
Tomaremos un detalle para comenzar este comentario ¿Cuál es la función de la obra de teatro dentro de la película? La primera asociación que me viene es “La Ratonera”, la obra de teatro que idea Hamlet como una metáfora, dicho esto por el propio personaje, para descubrir la verdad acerca del asesinato de su padre. “La Ratonera” es una pieza central dentro de la estrategia de la obra, le sirve al personaje que mediante este artificio pasa al papel de autor, como un criterio de verdad experimental para saber a ciencia cierta si lo que dijo el fantasma del padre era cierto. Es la efectuación de la posición histerizada de Hamlet frente al poder del rey advenedizo. “La Ratonera” pone de relieve el carácter puro del poder del representante frente a la representación y lo representado. De una ficción central que organice el mundo en los albores de la modernidad. De alguna manera elegida por la razón, pero externa a la razón, no revelada, pero no arbitraria. Recordemos que esto está escrito poco tiempo después de que Enrique VIII se ha proclamado a sí mismo como “Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra”, en pleno reinado de su hija Isabel primera y de que los primeros teólogos anglicanos declararan a la iglesia de Inglaterra como una vía media entre el protestantismo y la Iglesia Católica. Que añade a la razón como criterio esencial de Fe junto a los dos tridentinos, a saber, Sagrada Escritura y Tradición apostólica. Como si Trento hubiera excluido a la razón y cambiar a un papa por un rey fuese un acto de emancipación personal.
En cambio la obra de teatro dentro de la película queda como una pieza suelta, como parte de la tramoya, como uno de los espacios donde el virus de la autocracia se cebó en medio del experimento. Es una metonimia. Casi un aislamiento obsesivo. A diferencia de Hamlet, donde la obra de teatro dentro de la obra de teatro nos revela el modo moderno de pensar el poder como representante, en la película la obra de teatro muestra el aspecto de puesta en escena de toda enseñanza en su modo masificado.
¿Cómo controlas a 30 adolescentes en un aula? Con una estrategia que tiene que incluir diferentes matices de sugestión y entretenimiento. De este modo el acto educativo toma la forma de una obra de teatro más o menos participativa, más o menos monológica, en la cual los “espectadores participantes” están involucrados desde el olvido de su propio deseo de aprender, si es que hubiese tal cosa.
Así la obra de teatro dentro de la película nos da una clave de interpretación. No sólo el acto educativo es hoy una representación teatral, sino que toda ceremonia social se nos presenta incluso desde las Ciencias Sociales y del comportamiento del siglo XX como un conjunto de roles o papeles donde uno más o menos encaja y eso es el índice de su normalidad, o más recientemente, de su inserción. No obstante la continuidad de la teatralidad en lo social, el paso de la normalidad a la inserción no ha sido simple, y podemos tomarlo como uno de los indicadores del paso de la modernidad tardía a la globalidad. De hecho, hoy los insertados no tienen que ser normales ni los normales estar insertados. Más bien se trataría de un orden social teatralizado que privilegia lo que se denomina en otras orientaciones como psicopatía.
Esto se ve claramente cuando el profesor es obligado por a hacer un proyecto contra su voluntad y sus ideales anarquistas, y luego es sostenido por la directora. Aunque si no hubiera sido un profesor flojo como se declara él mismo en su primer diálogo, no hubiera sido dejado caer como objeto de una operación a la que nadie se opuso con firmeza excepto tres mujeres, la suya, Karo, y su amiga Mona.
No sólo nadie se opuso con decisión, sino que se callaron e hicieron caso omiso, lo cual los coloca, al conjunto de los profesores, como el coro mudo de esta tragedia, y su actitud responde a la pregunta de cómo pudieron los alemanes vivir con guetos, kristallnacht y campos de exterminio más o menos bajo sus narices y no hacer nada al respecto, salvo honrosas excepciones como “La Rosa Blanca”.
Pero no nos confundamos, no porque en la película se hable en alemán tenemos que distraernos de la enseñanza universal de esta teatralización de una enseñanza. Y esa enseñanza ya nos la había dado Freud en 1919, sin tener que hacer horrendos experimentos sociales: En el corazón de una masa lo que hay es satisfacción pulsional, el líder tiene la función de reparar la declinación paterna con su propio rasgo perverso con el cual todos se identifican. Como muestra esta película, el líder realmente no manda sino que tiene una posición más parecida al Emperador de China, atrapado en los rituales de su voluntad interceptada por el goce que resuena entre la masa y sus propias pulsiones, tiene que llevar las cosas siempre más lejos.
Por eso constituye una verdadera pesadilla para los teóricos de la democracia formal representativa, ver a las masas sosteniendo al tirano y sirviéndose de sus instituciones tan cuidadosamente pensadas como instrumentos de satisfacción y no de defensa. La democracia formal representativa, la única democracia que puede existir efectivamente, aquella que ha sido diseñada para ignorar la satisfacción pulsional, mediante el uso de instituciones donde se ponga de manifiesto la potencia del representante simbólico.
Y esto es necesario en tanto es un hecho de estructura que más intenso sea el trauma de lo real sobre lo simbólico mientras más fuerte éste aparezca, pero que más erosionado por lo real sea lo simbólico mientras más débilmente se constituya. Porque un aparato simbólico determinado solo es fuerte o débil en relación a lo real y no a la voluntad o al entendimiento que lo ha diseñado si fuera el caso.
A pesar de su aparente éxito como discurso político, y su expansión universal, la única democracia que puede existir es siempre excepcional y es objeto de toda clase de traiciones y compromisos por parte de todo el mundo, desde los partidos democráticos hasta las satrapías de nuevo cuño que se pavonean con sus semblantes llevándolos a la categoría de simulacros o simplemente verdaderas payasadas.
Por ello otra enseñanza de esta película es que los semblantes no se pueden tomar a la ligera, no obstante que Occidente haya claudicado a sus fundamentos y se haya lanzado sobre ellos con voracidad. “La Ola” nos da un algoritmo del funcionamiento actual de la política en casi todas partes: tratar con un parche imaginario el desfallecimiento del orden simbólico trae como consecuencia un desencadenamiento real. Esta lógica es tan pertinaz que aparece como sumamente difícil todo intento de restitución del orden simbólico, se ve como tan irreal, tan conservador, tan detestable como idea, tan sospechoso que alguien lo plantee. Lo cual nos pone en alerta sobre la profundidad del desfallecimiento. En la película esto está planteado como la paradoja de que empiecen a funcionar bien ciertos espacios sociales como la obra de teatro o el equipo de waterpolo, en continuidad con la constitución de verdaderas bandas mafiosas que van arropando todo hasta que al final una posible victoria del equipo de waterpolo se ve impedida por una pelea de hooligans entre los espectadores y un desbordamiento de la violencia homicida en el terreno de juego.
Puesto que toda oposición a la lógica del desfallecimiento de lo simbólico se hace desde una voluntad de soñar que desencadena pesadillas, lo realista es pues no esperar ya nada, no turbarse ante el acontecimiento, tratar de pasar agachado frente al tipo de problemas que se nos plantea en la actualidad, hablar siempre la neolengua de lo políticamente correcto la cual tiene dialectos diferenciales dependiendo del espacio en el cual uno se desenvuelva.
En la actualidad vemos a intelectuales del primer mundo y del sector universitario de los otros mundos hacer desde cómodos silencios a verdaderas apologías de dictaduras que parecen mejores porque al menos resisten al integrismo o a la globalización, según se ubiquen en el espectro del mercado político.
Para resumir, la lógica de las cosas en el orden global exige de uno elegir entre ser displicentes frente a lo real, como los profesores de la película, o fundamentalistas de lo imaginario, como los miembros de “La Ola”
Como profesor universitario estoy frente a este laberinto contemporáneo, cada vez más extrañado por las derivas de la psicología de las masas de los estudiantes que llegan semestre a semestre a mis salones de clases. Después de 2005 se fue configurando lo que ya es casi un panorama general: los que se van, los que se insertan en el aparato burocrático y los “otros” lo “informe”, excopeyanos maoístas, clases completas que de pronto comienzan a argumentarme que los alemanes realmente ganaron la 1era guerra mundial.
Como psicoanalista veo en menor escala pero un poco más allá, como dice Lacan no hay nada que me permita hablar de normalidad o libertad en un contexto donde gobierna la regla técnica fundamental, pero lo que resuena allí, cuando el sujeto se encuentra con las implicaciones de su palabra, en el lugar vacío que trato de preservarle para ello, muestra las presiones extraordinarias a las cuales está sometida la subjetividad contemporánea: hacerse un proyecto de vida sin universales claros, tratar de adelantar una relación con su verdad con esta noción totalmente desvalorizada en el campo social, encontrarse frente a un siniestro arrepentimiento en la época donde los dioses han sido excluidos hasta del discurso familiar, no contar más que con su cuerpo como un límite consistente frente a las demandas enloquecedoras de sus pulsiones.
Finalmente pido disculpas por no haberme detenido en el análisis de los personajes lo cual brindaría seguramente un esclarecimiento sobre los problemas actuales a los que nos enfrentamos como psicoanalistas y como ciudadanos. Por ello voy a hacer esta final consideración: Uno de los asertos más importantes de la enseñanza de Lacan, en tanto es uno de los que lo guían a uno con mayor seguridad, inclusive más allá del dispositivo analítico propiamente dicho, es que “la comunicación es un proceso donde el emisor recibe del receptor su propio mensaje invertido”. Les propongo una pregunta ¿Sería demasiada confianza en el discurso en el cual me ubico plantear que un Prof. Wenger psicoanalizado hubiera estado más atento a la demanda fascista que se cubría con su camiseta de Ramones, y su puño levantado con consignas anarquistas?
Todo el que ha pasado por un análisis, si ha entrado en él aunque sea por poco tiempo puede dar fe de que no exagero. Pues si el fascismo aparece como lo opuesto del anarquismo y la alterglobalización, en este sujeto en particular resuenan muy bien juntos en el discurso que le sirve de puesta en escena final en su intento desesperado por contener los efectos de un destino que estaba inscrito en su inconsciente y que estaba esperando como una mina antipersonal a ser rozada para dispararse. Porque lo que aquí llamamos su destino no es el convertirse tanto en tirano como en desecho del vínculo social educativo, como sujeto plenamente angustiado. Esto es quizá lo que nos muestra la última escena donde se llena de vergüenza o culpa, que es la clave deformada en la que resuena en el neurótico salvaje la propia responsabilidad en la construcción de su destino.
Por ello terminaré preguntándoles, con una pregunta de Lacan, que está en la antesala de un deseo de analista: “¿No quieres averiguar lo que te depara tu inconsciente?”