Pudreval, no Gulag.
Por Carlos Márquez
Si bien el socialismo real del Siglo XX no cambió lo fundamental del capitalismo, esto es, ser una sociedad diseñada para la obtención de la plusvalía, sí cambió los usos de esa plusvalía. Hay tres grandes usos de la inmensa riqueza que la Unión Soviética y otros experimentos similares produjeron con los niveles de eficiencia de los que dispusieron: 1) Dilapidarla en una política de exportación del socialismo lo cual implica desde propaganda hasta guerra; 2) Crear un amasijo burocrático que tuvieron que sortear los ciudadanos comunes y corrientes para hacer casi cualquier cosa, aparejado con la promoción de privilegios y la corrupción concomitante; 3) La especialización de una parte de este aparato burocrático en tareas de represión simbólica o real de toda disidencia efectiva o sospechada.
Si bien los campos de concentración nazis terminaron con la guerra, los gulags tuvieron que esperar bastante más. Éstos tenían una triple función como aparato productivo esclavista; reducción real de la disidencia, lo cual quiere decir reducir el cuerpo de los disidentes a los huesos; y como causa de terror a todo el cuerpo social.
Podemos distinguir el proceso revolucionario venezolano del soviético en que el primero no está sostenido sobre la acumulación originaria del capital mediante la explotación intensiva y poco sofisticada de la fuerza productiva. En ese sentido mientras la Unión Soviética industrializó lo que había dejado el régimen zarista, la revolución bolivariana se sostiene sobre el mismo modo de producción de la riqueza que hubo durante el siglo XX, intensificándolo más y más: extraer petróleo, venderlo en el extranjero y depender de sus precios.
Otra distinción está en los usos de los excedentes de esa riqueza. Si bien la exportación de los ideales sigue siendo un pésimo negocio, y el amasijo burocrático agrava su escandalosa inutilidad con las nuevas tecnologías, el tercer uso soviético del excedente no lo vemos aquí. No hay una burocracia especializada en la represión, la tortura y el encarcelamiento de masas de población acusadas sumariamente como disidentes, no obstante que haya presos políticos y de conciencia así como manipulación de los dispositivos judiciales para criminalizar a la disidencia.
El tercer gran uso de la riqueza nos da la distinción preeminente de este socialismo del siglo XXI, nos da la clave para entenderlo. Es el simple y puro desperdicio. Toneladas y toneladas de alimentos en descomposición en los tristemente famosos “contenedores”. Es obvio que este uso de la riqueza hace sistema con los otros dos, muchos de esos alimentos se importan o reexportan como parte de la red internacional de apoyos, y para hacer esto la burocracia se aceitó bastante con los negocios detrás de una política de alimentación de los pobres.
Pero el uso del excedente directamente como desperdicio es una novedad. No es un accidente como lo quiere hacer ver el gobierno o un producto de la ineficiencia proverbial del estado revolucionario como lo interpreta la oposición. El desperdicio es el mismo carnaval de gastar la plusvalía en guerras externas e internas, reales o imaginarias. Es decir que sin ser para nada irónicos podemos estar aliviados de que esos “contenedores” no son campos de concentración. Si bien constituyen una violación de los derechos humanos y son recursos que se van al caño, al menos no han sido utilizados para el encarcelamiento y exterminio masivo de la disidencia. Es decir que este objeto plusvalioso obtura de otra manera el agujero, no como objeto de un fantasma sádico cuyo escenario es toda la sociedad, sino directamente como objeto de la pulsión anal: Yo puedo evacuar toda la riqueza.
Al mismo tiempo es una relectura en clave perversa de una vieja conseja sobre política petrolera venezolana y actual eslogan de la poderosa PDVSA: sembrar el petróleo. Más allá de la corrupción y burocracia ¿Cuál es la función de esta exposición del desperdicio? ¿Dará claves para entender la violencia social que convierte vidas en desperdicios cada fin de semana? ¿La emigración creciente con la cual se desperdician los recursos invertidos por el Estado en la formación de toda clase de recursos humanos? ¿La confrontación política que nos ha hecho desperdiciar vínculos familiares, amistosos y societales y convertirlos en pequeños resquicios por donde se cuela el goce del resentimiento y de la indignación? De todo esto habrá algunos más responsables que otros, pero a pesar de lo que quisiera el Uno no es el único.