Perversión y redención
Por Carlos Márquez
Por razones epistémicas y clínicas los psicoanalistas no hemos cedido la categoría “Perversión”. Misma que fue desechada por los psiquiatras y psicólogos por la carga supuestamente peyorativa que conllevaba. En 1905 Freud había planteado que la perversión no depende de conductas o fantasías que al fin y al cabo no son exclusivas de los perversos. Así amplió el rango de lo perverso hasta los modos de satisfacción de la sexualidad infantil de donde parte todo el edificio de su teoría de las pulsiones que incluiría a los que se creen “normales”. De modo que “perverso” es una categoría que incluye a determinados sujetos que usando un determinado objeto de satisfacción, o haciéndose usar como tal, desmienten la ley a la que de hecho están sometidos. Pero también esta categoría incluye ciertas fantasías o actos que tienen la misma función en otros sujetos que no pueden sostener este desmentido sino a condición de que esté reprimido. “Perverso” es entonces cualquier intento en acto o fantaseado de hacer existir la relación sexual por medio del uso de un determinado objeto, incluyendo la tentativa de hacerse usar como tal.
Nuestra época se percibe a sí misma como aquella en la cual el sujeto ha conquistado la libertad de usar cualquier objeto a su antojo. Todo lo que acontezca entre dos cuerpos sexuados con mutuo consentimiento es asunto privado y no del Estado, la familia o la religión. Este aparente “respeto por lo diverso”, joya de la corona de la época de lo políticamente correcto, encuentra un límite en la pederastia, que es el pasaje al acto de una fantasía de satisfacción pedófila.
El contenido manifiesto de esta prohibición del uso del niño como objeto sexual es el consentimiento, es decir, aunque un niño consintiera en ningún caso se tomaría como válido. Cuando lo único sagrado que hay es la libertad en el uso de su propio cuerpo para el goce, las vías del deseo podrían apuntar a objetos de satisfacción legalmente prohibidos. Dado que si todo está permitido y la familia y el Estado se ven compelidos a actuar como agentes de esta nueva ley, pero por otro lado el derecho no tiene más un fundamento trascendente, se han constituido mercados mafiosos alrededor de los últimos goces que proporcionan la ficción de estar transgrediéndose algo. Por ejemplo mercados de abuso infantil para los que pasan al acto o de pornografía infantil para muchos que, compartiendo el objeto, quedan en el plano del fantaseo.
Es noticia global que la Iglesia Católica viene lidiando con el impacto de esta perversión en su interior. Ratzinger arrea una Iglesia enlodada, soporta la continuación del declive de la cristiandad, carga con la transferencia negativa con la que las masas lo distinguen de su antecesor. Algunos de sus enemigos –antiguos aliados del colegio cardenalicio, liberales católicos, teólogos de la liberación o ateos militantes – ven esto como el deseado fracaso de un papado odioso. Pero la redención cristiana constituye una modificación de la función del objeto del goce perverso de uno, prestando su excentricidad como faro en nombre de un vínculo personal con el Verbo Encarnado. Constituye un modo de trasgredir la ley justo por donde la etiqueta lo señala. Es un modo contingente de hacer existir la relación sexual, que apunta a una existencia ultraterrena de la misma en la contemplación eterna del Dios Vivo.