viernes, 5 de abril de 2013

Conclusión de Pipol V - Jacques-Alain Miller

Nos reencontraremos dentro de dos años en Pipol 6. Y, tal y como sucede hoy, será en torno a una fórmula. El significante que nos ha reunido aquí es el de la salud mental. La cuestión es saber cuál será el significante que le dará continuidad en 2013. Voy a dar cuenta de mis reflexiones a este propósito, en el momento de clausura de este Congreso.
La salud mental, seamos francos, no nos la creemos. Si, no obstante, hemos usado ese término, es porque nos ha parecido que podía mediar entre el discurso analítico y el discurso común, el de la masa. Por eso, el eco que el tema del Congreso ha tenido en la prensa belga muestra bien que este punto de vista estaba bien pensado. Todo el mundo comprende lo que hemos puesto en cuestión. Aunque evidentemente para llegar hasta ahí hemos tenido que obrar con astucia. Hemos ubicado el término de salud mental en una pregunta de la que ya teníamos la respuesta. No, la salud mental no existe; se sueña con ella, es una ficción. A esa pregunta, teníamos nuestra respuesta.
Cada uno tiene su vena de loco y lo hemos testimoniado al ubicar esa vena de locura en nuestra práctica, y no en nuestro paciente sino en nosotros, analistas, terapeutas. Es como una lección que nos hemos dado a nosotros mismos. Una lección que estaría bien no olvidar en lo sucesivo: en psicoanálisis, el caso clínico no existe, no más que la salud mental. Exponer un caso clínico como si fuera el de un paciente es una ficción; es el resultado de una objetividad que es fingida porque estamos implicados aunque más no sea por los efectos de la transferencia.
Estamos dentro del cuadro clínico y no sabríamos descontar nuestra presencia ni prescindir de sus efectos. Tratamos, sin duda, de comprimir esa presencia, de esmerilar sus particularidades, de alcanzar el universal de lo que llamamos el deseo del analista. Y el control, la práctica de lo que se llama la supervisión, sirve para eso: para lavar las escorias remanentes que interfieren en la cura. Pero, desde el momento en que conseguimos borrar lo que nos singulariza como sujeto, entonces es el analizante el que sueña, el que nos sueña a nosotros, su interlocutor, con los rodeos de su fantasma y con la identidad que atribuye a ese interlocutor, que no sabrían no figurar en el cuadro.
En una palabra, eso os obliga a pintaros a vosotros mismos en el cuadro clínico. Es como Velázquez, cuando se representa a sí mismo, con el pincel en la mano, junto a los demás seres con los que puebla la tela de Las Meninas, y que es algo que produce desorientación. Porque está claro que él no se puede situar a menos que sea vea plasmado como dividido. Saben que es un cuadro que llamó la atención de Lacan siguiendo la estela de Michel Foucault. Diría que, en psicoanálisis, todo caso clínico debería tener la estructura de Las Meninas. Y continuaré el apólogo hasta llegar a señalar que lo que nos ofrece el cuadro de Velázquez, el que podemos ver en Madrid pero también en una reproducción, es lo que ve el amo, a saber, la pareja real, pero precisamente un amo que no está representado, que está como esfumado, como desvanecido, como degradado en el reflejo que se perfila al fondo del cuadro; de ese amo no queda sino su lugar, ese lugar mismo al que todo el que llega, cada espectador, viene a inscribirse.
Y bien, diría que pasa igual que en la experiencia analítica, el lugar del amo subsiste ciertamente, pero el amo no está ahí para ocuparlo.
¿Qué queda de la salud mental cuando el amo ya no está?
La inexistencia de salud mental en el hombre no ha cesado de ser deplorada por la filosofía. Lo han dibujado como siervo de sus ilusiones, de sus pasiones, de sus apetitos. Lo han pintado fundamentalmente desequilibrado para afanarse por restituirle el orden y la medida. Antiguamente, a la salud mental se le llamaba sabiduría o virtud. Para establecerla, se la ponía en relación con el amor por el otro, con el amor por el Otro divino. Lo que no era una mala idea porque podríamos decir que la salud mental es una idea teológica que supone la buena voluntad de la naturaleza, una benevolencia que se abría hacia el bienestar y la salud de todo aquello que existe. Sin embargo, basta con recorrer la inmensa literatura a la que acabo de aludir de manera rápida, para caer en la cuenta de que esa salud mental supone siempre algo que viene a dominar una parte del alma, su parte racional o divina. La salud mental tiene que ver, desde siempre, con el discurso del amo y es, desde siempre, un asunto de gobierno. Y es su destino inmemorial el que viene a consumarse hoy día mediante su directa toma en consideración por parte de todos los aparatos de dominio político. El dominio de la parte racional del alma toma hoy día la forma del discurso de la ciencia y es a través de la ciencia como el amo promueve la salud mental y se preocupa de protegerla, de restablecerla, de difundirla entre lo que se llaman las poblaciones, un término que David Tarizzo hacía resonar de manera potente hace un momento en esta sala.
Se piensa que la ciencia concuerda con lo real y que el sujeto también es apto para concordarse con su cuerpo y con su mundo como haría con lo real. El ideal de la salud mental traduce el inmenso esfuerzo que hoy día se hace para llevar a cabo lo que llamaré una "rectificación subjetiva de masas" destinada a armonizar al hombre con el mundo contemporáneo, dedicada en suma a combatir y a reducir lo que Freud nombró, de manera inolvidable, como el malestar en la cultura. Desde Freud, ese malestar ha crecido en tales proporciones que el amo ha tenido que movilizar todos sus recursos para clasificar a los sujetos según el orden y los desórdenes de esta civilización. Ahora es como si la enfermedad mental estuviera por todos lados; en todos los casos, lo psy se ha convertido ya en un factor de la política. A lo largo de los últimos años, en los países que interesan a este Congreso, el discurso del amo ha penetrado de manera profunda en la dimensión psy, en el campo llamado de lo mental. El acceso a los psicotropos está ya ampliamente conseguido y la psicoterapia se expande en sus modos autoritarios. Se trata siempre de un aprendizaje del control.
Este dominio, que ayer escapaba en gran parte a los gobiernos, es objeto ahora de regulaciones con exigencias cada vez más grandes. Eso va paralelo al reconocimiento público del psicoanálisis pero con la intención, aunque sea desconocida para sus promotores, de desvirtuarlo.
Sin embargo, por pequeña que sea su voz en el estruendo contemporáneo, el discurso analítico hace objeción y no carece de potencia. La potencia del discurso analítico viene, de entrada, de que es desmasificante; y a medida que la masificación se extiende y crece, crece también la aspiración a esa desmasificación. La exigencia de singularidad de la que el discurso analítico hace un derecho está de entrada porque procede uno por uno. Diría que eso lo hace acorde con el individualismo democrático que difunde la civilización contemporánea. Se hablaba antiguamente de "indicaciones para el psicoanálisis" cuando se pensaba que se podían seleccionar a los sujetos en función de su aptitud clínica para el discurso analítico. Ese tiempo ya pasó. Hoy día, ser escuchado por un psicoanalista equivale a un derecho del hombre. Le toca al psicoanalista arreglárselas con eso y modelar su práctica con respecto a lo que se le requiere. El psicoanálisis acompaña al sujeto en lo que éste plantea como protestas contra el malestar en la civilización. Para la ocasión, se hace acompañar de lo que de mejor tienen el humanismo o la religión. Cualquiera sabe hoy día que encontrará en el psicoanálisis una ruptura con las órdenes conformistas que le apremian por doquier. Cualquiera sabe que si acude al discurso analítico, este discurso se pondrá en marcha para él solo: para él, el Uno solo, como decía Lacan, separado de su trabajo, de su familia, de sus amigos y de sus amores. Lo que el sujeto encuentra en el psicoanálisis es su soledad y su exilio. Sí, su estatuto de exiliado al respecto del discurso del Otro. No es el Otro con una A mayúscula el que está en el centro del discurso analítico, es el Uno solo.
Lacan, sin duda, comenzó a ordenar la experiencia analítica por el campo del Otro, pero fue para demostrar que, en definitiva, ese Otro no existe, no más que la salud mental. Lo que existe es el Uno solo. Un psicoanálisis comienza por ahí, por el Uno solo, cuando uno no tiene más remedio que confesarse exiliado, desplazado, indispuesto, en desequilibrio en el seno del discurso del Otro. En un análisis, se busca un otro del Otro que, esta vez, uno tenga el placer de inventar a su medida, otro supuesto saber lo que atormenta al Uno solo. Por eso, nosotros sabemos que este Otro está destinado a disiparse, a desvanecerse hasta que sólo quede el Uno solo; instruido ya sobre lo que le atormenta, esclarecido como decimos, sobre el sentido de sus síntomas.
¿Diría pues que, al término de la experiencia analítica, ya no soy incauto al respecto de mi inconsciente y de sus artificios? Y eso porque ¿el síntoma, una vez descargado de su sentido no por eso deja de existir aunque bajo una forma que ya no tiene más sentido? Daré un paso más en la ironía en la que me he comprometido si digo que esa es la única salud mental que soy capaz de conseguir. Supone, precisamente, que advenga al campo en el que lo mental se haya desvanecido para dejar desnudo lo real. Para alcanzar ese campo, ese campo último, hay que haber franqueado lo imaginario, lo mental de lo imaginario. Lo mental de lo imaginario está siempre condicionado por la percepción de la forma del semejante. Es esa la unidad fundamental. Evito el chiste "funda-mental" porque no se traduce a todas las lenguas. Esta es la unidad fundamental que Lacan ilustra con el estadio del espejo.
Para Aristóteles, el alma es la unidad supuesta de las funciones del cuerpo y ésta es la que nosotros traducimos en la experiencia del espejo como un alma especular. Se encuentra siempre transitada por una tensión esencial en la que se intercambian sin cesar los lugares del amo y del esclavo. En el estadio del espejo arraigan a la vez la prevalencia del discurso del amo y su paranoia territorial, que hacen del yo una instancia grosera de delirio que no sabría reducir ninguna rectificación autoritaria. Pero, sin embargo, para alcanzar el campo que llamo "campo último", también hay que atravesar lo simbólico y lo mental de lo simbólico. Lo mental de lo simbólico es la refracción del significante en el alma especular. A esa refracción es a lo que se llama el significado. A ese significado esencialmente huidizo, nubloso, indeterminado, metonímico y susceptible sin duda de dar lugar a metáforas y efectos de significación, se le puede llamar el pensamiento.
Su pensamiento, el mío, tiene su rutina, gira en redondo, se le reprime, retorna. Se dice que es el inconsciente cuando se lo descifra y entonces se dice, en el desciframiento, que se alcanza una verdad. Pero, ¡atención, se trata siempre de sentido, es decir de mental, de ideas que os hacéis! Por eso Lacan ha unido con un lazo esencial la verdad con la mentira. El campo último al que me refiero está más allá de la mentira de lo mental. La parte más opaca de lo que Freud llamaba la libido se descubre precisamente ahí. Ese sentido de la libido es el deseo. El deseo está articulado a lo simbólico; se desprende de los significantes como siendo sus significados. Enloquece el alma especular, anima los síntomas. Sin embargo, un análisis introduce una deflación del deseo, que se desinfla y se estaciona como sucede con ese semblante que llamamos el falo y que sirve para pensar la relación entre los sexos. Pero, tanto el deseo como la relación sexual son verdades mentirosas, mentiras de lo mental. Debajo del deseo, una vez atravesada su pantalla fantasmática, hay lo que no miente sin que sea una verdad. Es lo que llamamos goce. El deseo es el sentido y el semblante de la libido, su mentira mental. El goce es lo que de la libido es real. Es el producto de un encuentro azaroso del cuerpo y del significante. Ese encuentro mortifica el cuerpo pero también recorta una parcela de carne cuya palpitación anima todo el universo mental. El universo mental no hace sino refractar indefinidamente la carne palpitante a partir de las más carnavalescas maneras y también la dilata hasta proporcionarle la forma articulada de esa ficción mayor que llamamos el campo del Otro.
Comprobamos que ese encuentro marca el cuerpo con una traza inolvidable. Es lo que llamamos acontecimiento de cuerpo. Este acontecimiento es un acontecimiento de goce que no vuelve nunca a cero. Para hacer con ese goce hace falta tiempo, tiempo de análisis. Y sobre todo, para hacerse con ese goce, sin la muleta, la pantalla y los artificios del inconsciente simbólico y sus interpretaciones. Por eso hablamos de que se trata del inconsciente real, el que no se descifra. El que, por el contrario, motiva el cifrado simbólico del inconsciente. Ese cuerpo no habla sino que goza en silencio, ese silencio que Freud atribuía a las pulsiones; pero sin embargo es con ese cuerpo con el que se habla, a partir de ese goce fijado de una vez por todas. El hombre habla con su cuerpo. Lacan lo dice, el ser hablante por naturaleza. Pues bien, ese cuerpo que no habla pero que sirve para hablar, ese cuerpo como medio de la palabra, es justamente el que se empareja, en rigor, con la salud mental que no existe. Si la salud mental no existe es porque el cuerpo gozante, la carne, excluye lo mental al mismo tiempo que lo condiciona, lo enloquece y lo extravía. Si el hombre ha inventado la relación sexual es para velar el horror de esa carne recorrida por un estremecimiento que no cesa y que es lo que es, como decía Angelus Silesius: sin por qué.
A ese "hablar con su cuerpo" lo traiciona cada síntoma y cada acontecimiento de cuerpo. Ese hablar con su cuerpo está en el horizonte de toda interpretación y de toda resolución de los problemas del deseo. Lo sabemos, los problemas del deseo pueden ser puestos en forma de ecuación; lo sabemos desde Lacan, que se esforzó por hacerlo. Y esta ecuación tiene, sin dudas, soluciones, que son lo que Lacan llamó el pase.
Sin embargo, el goce a nivel del inconsciente real no sabría ser ubicado en una ecuación y permanece insoluble. Freud lo supo antes de que Lacan lo anunciara. Hay siempre un resto con los síntomas. Por eso no hay un final absoluto para un análisis, que dura tanto como lo insoluble siga siendo insoportable. Se acaba cuando el hombre encuentra ahí una satisfacción sin más.
Hasta aquí pues lo que he podido extraer, torturándome los sesos, de una reflexión sobre la inexistencia de la salud mental; hablando con propiedad, lo que se empareja con el significante es "hablar con el cuerpo". Es posible que este asunto sea muy difícil para PIPOL VI, ustedes dirán. Pero si es así, no teman, encontraremos otra cosa. Espero, pues, sugerencias.
Traducción: Jesús Ambel
Texto establecido por Yves Vanderveken

martes, 26 de marzo de 2013

Clínica del Acontecimiento


Por Amílcar Gómez L.
A partir de  la proposición de Enapol y la AMP de pensar la Clínica de lo Real, el cuerpo y el acontecimiento,  me han surgido las preguntas generales: ¿Que es un Cuerpo?, ¿Qué es lo real?, ¿Hay un nuevo real?, ¿Que es un acontecimiento?
Habíamos pensado el cuerpo  imaginario de la relación especular, el  a – a´, la relación entre el yo y su imagen, y con ello nos encontrábamos con una aproximación a la Clínica de lo Imaginario, en las alteraciones de la imagen del cuerpo, introduciéndonos en la diferencia central entre el yo y el cuerpo, el cuerpo yo no es el cuerpo imagen. Ese primer objeto cuerpo fue tomado por una clínica que creyó que allí estaba el meollo del asunto, la relación de objeto. Entonces, si se piensa la posibilidad de lograr una armonía entre el cuerpo y su imagen, tenemos la idea de que todo se puede arreglar. Al introducir la categoría de lo simbólico ya planteada por Freud en la Interpretación de los Sueños, Lacan logra encontrar el objeto privilegiado, el falo, pero negativizado, como una falta estructurante, el – fi. El significante que nombra el objeto, resalta su ausencia, este no puede ser encontrado, creándose el borde, alrededor del cual se mueve la pulsión. Tenemos entonces un cuerpo vaciado por lo simbólico, un real agujereado. Ya no es el cuerpo imagen, sino un cuerpo real – simbólico.  El nuevo objeto será el objeto a y el eje de esta clínica será el fantasma, y su travesía y construcción será la nueva clínica. Este objeto, produce una especie de estabilización o equilibrio, que hay que hacer vacilar para que aparezca el síntoma.
Todas estas formaciones las encontramos de entrada en la Clínica Psicoanalítica, y podemos categorizarlas como formaciones de goce, imaginario, fálico, fantasmatico, pulsional, goces del cuerpo y del significante.
Pregunta: ¿Que orienta a Lacan en la clínica? Y en el proceso de encuentro de estas nuevas modalidades. Me parece que la escucha y la posición del analista, y el cuerpo. El analista siempre se encuentra en una posición de desventaja ante el cuerpo, este dice más de lo que se escucha, y es una invitación al analista para que revise su posición en la escucha. El cuerpo entonces estará situado más allá de las determinaciones significantes dadas por el Otro, en el inconsciente freudiano, de la palabra y del lenguaje.
El nuevo cuerpo, determinado por la lalengua, se puede encontrar en los nuevos sintomas, tales como los tatuajes del cuerpo, la violencia, la agresividad, las adicciones, goce puro sin sentido, que no responde a ningún discurso y que funciona como un acontecimiento del cuerpo, que lleva a cambiar el estilo  interpretativo, siendo la posición del analista la de ofrecer un vacío para que el sujeto aloje su goce singular.

CINTEMAS


Por Manuel Kizer

CINTEMA
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“A” se cree un ideal, quiere ser un ideal, y lo es, o lo será como Talú y Tulí. Puede ser peligroso, quieren salvar a otros, a todos, a un grupo grande. Hacen creer que ellos pueden y van a salvarlos.

Así es el deseo y la voluntad de ser el ideal, los lleva a creer que tienen los recursos y saben como lograr la salvación.

Un médico dice como ellos salvan y curan a sus pacientes.

El padre Tulí dice que ellos –los curas- sacerdotes y la religión, salvan a mucha gente. Un político y un economista recuerdan como salvan a todos.

“N” jurista presenta su papel en la justicia y el cuidado con los jueces, la corrupción y la delincuencia.

Tres educadores enfatizan su rol fundamental en la formación de los jóvenes y en la sociedad.

La farmacia también señala su lugar, además de la ciencia.

Entonces… ¿Estamos salvados?



CINTEMA
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Captar y lo que no hay, es muy fácil o muy difícil. Se puede hacer existir lo que no hay y creer en ello.

Se puede intentar negar lo que hay y deshacerse del mismo.

Tina y Tura discutían si el amor existe o es una ficción; Yo existo aunque nadie lo crea y tengo lo que no hay y lo que hay.

Ceci cree que sólo tiene lo que hay y lo que no hay no lo tiene.

Tiene familia, pareja, amigos, estudios, trabajo y un cuerpo, etc. Tiene con quien hablar, pero dice: hay algo, lo siento así, que no hay y no sé que es. Nadie me lo puede dar. Ni yo tampoco ni el gobierno, la educación, etc.

Laures se pregunta si lo que hay y lo que no hay tienen sentido ya que son afirmaciones y negaciones afirmativas.

No sé… veremos.


CINTEMA
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¿Leo o no leo?
¿Soy lector o pasador de letras?
Tengo curiosidad de saber. Me parece que quiero ser una biblioteca y no tener una.

Saber De todo y de nada.

Antes de que SsS siguiera hablando, la SS/N interviene: No hay seguridad, esta es social, grupal, de pareja e individual
¿Cómo lograrla?
¿Hablando todo el campo de ella?
¿Haciendo programas de seguridad?
Estudiando lo que hacen las familias, la educación, la política, la economía y los astrólogos o mejor, la ciencia?

Si todos ellos trabajan en incluyen la seguridad, por qué no hay y hay seguridad.

Trina cuenta: Yo no se lo que es seguridad. Me siento segura pero tengo incertidumbre.

¿Qué pasará? Eso cambia.
¿Cambiará o seguirá igual?
Puede seguir igual y cambiar, no estoy seguro, no está mal.

Mañana les contaré otro cuento.

El político honesto


Por Carlos Márquez

Este oxímoron. Este chiste. Se me ocurrió viendo una entrevista a Lech Walesa. Allí cuenta cómo perdió en las elecciones que lo hubieran convertido en presidente de Polonia para un segundo período. Luego muchos años de lucha contra el estado totalitario a cuestas había logrado convertirse en presidente, pero en la campaña para el segundo período, desobedeciendo a sus asesores dijo lo que en verdad iba a hacer y cómo era su programa real de gobierno.

La honestidad no consiste en decir toda la verdad, ni siquiera en decir la verdad todo el tiempo. Es la virtud con la que se acepta que existe un problema con la verdad. Este problema es, como dice Lacan, que es materialmente imposible decirla toda. El político honesto introduce el problema de la verdad en la política. Pero para que esta rareza del discurso se dé, es necesario que la verdad haya pasado por la pasión que le impone la política.

Al principio está el político republicano. Este personaje es un pícaro. Deniega que haya un problema con la verdad diciendo “medias verdades”. La denegación consiste aquí en hacer creer y creer él mismo que la parte que se dice más la parte que se oculta daría como resultado una verdad total. Esto es lo que naturalmente le pedían a Walesa sus asesores. En este sofisticado lenguaje no se dice que se van a poner en práctica políticas de hambre para equilibrar cuentas que imposible equilibrar, sino que se piden sacrificios momentáneos para lograr metas más elevadas a mediano plazo. Cuando los tiempos son buenos, se extienden las políticas de “bienestar” como si este sistema de cosas tuviera mañana. Se negocia con los otros partidos que tienen diferentes colores, pero el mismo programa de base. Se hace campaña electoral con criterios de mercado. El político republicano, ese pilluelo, deniega el problema de la verdad para ganar tiempo. ¿Ganar tiempo para qué? Los problemas se acumulan. Nos divertimos con sus picardías hasta que nos hastiamos de él, de sus usos de los rituales republicanos, nos “desengañamos”. A veces aquí se corta milagrosamente el ciclo y retornan las esperanzas en la política. Pero si no.

Aparece entonces la solución a esta denegación del problema con la verdad. El pueblo se busca al político que le dice toda-la-verdad, así nos desembarazamos del problema de la verdad. Se instaura un nuevo régimen de goce colectivo. Se mira, se admira a este gran hombre o esta gran mujer, diciendo toda la verdad sin que quede ningún resquicio. Lo elegimos por los medios republicanos, aunque sabemos que es demasiado grande para estas formalidades. Esta abolición del problema de la verdad pasa por la revelación de que la república era una farsa. De que la verdad es equivalente al poder y el poder es equivalente a la fuerza. El nuevo amo ocupa todo el espectro de la política, la cual queda reducida a su coto personal. Todo el que se le opone realmente lo ama en el fondo porque no hay nada que oponer a la verdad toda. Si la abolición del problema de la verdad es la solución a la denegación del problema con la verdad ¿Cuál puede ser la solución a este estadio superior, a este final de la confrontación de partidos, a este final de la historia?

Dado que la abolición de la verdad conlleva a la abolición de la política, es una solución final para el problema de la política, que es el problema de la verdad. Al no haber solución para la solución, lo que hay es profundización de la solución. Una maquinaria delirante como esta corre desatada hacia la ruina. Es una economía de guerra donde la corrupción molesta del político republicano, avergonzada, picaresca, se convierte en una corrupción generalizada, descarada, que invade todo.

En un mundo sin verdad no hace falta la vergüenza. ¿Qué puede detener esta máquina de abolición de la verdad? Libertad, el personaje de Quino en Mafalda, dice que si una pulga no puede detener la locomotora, al menos puede picar al maquinista. Esto es lo que hace el político honesto, parido por el totalitarismo. Él puede picar al maquinista. Es ese granito de arena que molesta los engranes de la maquinaria. No diciendo la verdad, sino planteando el problema de que la verdad como problema ha sido olvidada. Esto tiene una expresión práctica en decir las cosas con sentido común. A estas alturas cualquier cosa de sentido común tiene un efecto de “el rey está desnudo”.

Si sobrevive, si no es encarcelado hasta la muerte, si consigue ir a unas elecciones, si consigue ganar en esas elecciones con un programa de sentido común frente al gozoso delirio colectivo, el político honesto puede marcar un “basta” para la abolición del problema de la verdad. La vuelta a cierta vergüenza republicana.

Luego de esto al parecer el discurso prescribe que haya la distinción en acto entre honestidad y política. El político honesto o deja de ser honesto, o deja de ser político. Si opta por la política, pues sigue siendo político. Si opta por la honestidad, se convierte en asesor, en sapiente, en articulista, en presidente de una fundación, en premio nobel de la paz.

Esta última al parecer, según su testimonio, fue la opción de Lech Walesa.